viernes, 22 de febrero de 2013

Zemeckis no es una moto.


El sentido es como un botón que se sale y cae rebotando en un piso encerado y se esconde, se esconde como una criatura detrás de un árbol, justo atrás de la pata gorda de la mesa ratona.
El otro día vi la última película del grandote de Denzel Washington. Grandote en todo sentido, y parece que ahora, convertido en un ícono sexual, rara coincidencia de todo el mundo, pero viéndolo bien al tipo, te dan ganas de conocerlo, de cebarle un mate…
La película es sobre un accidente de avión, y como toda película catástrofe de entrada ya tiene lo suyo. Desde que vi por primera vez en el cine, con mi mamá y mis hermanas, comiendo maní con chocolate, La aventura del Poseidón (la vieja), quedé atrapada por los accidentes, la fatalidad, los engranajes y los héroes que nacen en la desgracia ajena, como burbujas de levadura en el agua tibia.
Pero la película habla básicamente de dos cosas: de los ingredientes que hacen falta para cocinar un genio y de lo salada que te puede salir la suerte a veces…
El piloto Denzel arranca un poco pasado de sueño, con una linda chica en la cama y una exhortante ex esposa en el teléfono, evadiendo sus circunstancias, como diría Ortega y Gasset, y con todas las condiciones para convertirse en un pelotudo. Pero no, lo ves desparramado afrontando la mañana y el vuelo por venir con un trago y un picotazo de energía acrílica y mentirosa, acomodándose la camisa y encarando con una sonrisa. Y le creés, Denzel hace que te pongas en su lugar, si vos estuvieras ahí también le ponés el pecho a las balas y te levantás como el Lázaro, solamente porque es lo que corresponde y punto.
Hay un viejo problema con los actores bajo el rol de reventados y es el de la exageración, siempre terminan mandándose un poco la parte. Excepto Courtney Love, pero Courtney Love no actúa, hace de ella. Ejemplos como los de Gary Oldman, Ewan Mc.Gregor, Christian Bayle y Ray Liotta no hacen más que confirmar esta teoría, aunque te hayas enamorado de cada uno de ellos. Hasta el Drácula de Bram Stroker tiene algo de humanidad en sus colmillos. Lo increíble de la actuación de Denzel es que no hace concesiones, y está actuando. Es un desesperado, y como tal se lo respeta.
Volviendo a la película. El avión que pilotea Denzel Washington tiene una falla mecánica, “estaba perdido desde el principio”, como afirma el copiloto, un evangelista culpógeno pero buen compañero, al fin. Atraviesa una feroz tormenta, vuela invertido, planea con los motores apagados y aterriza salvando 100, de las 106 vidas que tiene a cargo. El avión y Denzel son un mismo personaje, desesperado, perdido de antemano, borracho como una cuba y con una probidad para sortear circunstancias excepcionales que sólo la poseen los iluminados.
Zemeckis, el mismo director de Volver Al Futuro y por si estás dormido te recuerdo que produjo Los cuentos de la cripta, toma una decisión importante: después del accidente es que empieza el verdadero drama. El protagonista, un alcohólico tratando de huir de su principal fantasma, sin echarle la culpa a nadie.
Lo bueno de los americanos y su relación con el alcoholismo, como dice Mauro, es que lo miran de frente. Nadie puede olvidar las latas de cerveza vacías frente al televisor encendido en los cuentos de Raymond Carver, de las botellas adentro de papel madera que recorren los anocheceres de Robert de Niro en “Stone”, ó las épicas aventuras etílicas de Mickey Roucke, en Mariposas de la Noche.  Para poder reflejarse ahí, hay que perder la vergüenza, y los americanos tienen como virtud esa condición, mostrarse tal cual son, sacan a relucir sus miserias sin siquiera ruborizarse un poquito. Materia pendiente del cine argentino, fundamentalmente del cine comercial, como el de Campanella, que responde al imaginario social de una clase media deteriorada por la crisis, y para la cual, la idea de hacer justicia, es salir en Telenoche.
Cuando yo, Gripi, tenía diecisiete años. Me anoté en el CBC como todo el mundo, me acuerdo que ese  verano se me había dado por leer a Nietzsche. Desde la separación de mis padres, empecé a ver sólo los sábados  a la nochecita a mi papá. Bueno, en una de esas tardes,  se me ocurrió preguntarle por la diferencia entre la moral y la ética. Mi viejo, que gusta mucho del vermuth y el arte de la conversación, lo resumió del siguiente modo para alguien que desconocía casi todo sobre la filosofía en general y en particular, excepto las máximas explosivas de Nietzsche. La ética, Griselda, es la búsqueda del bien, es una ciencia, es la búsqueda implacable de lo “bueno”, la moral, es siempre “de acuerdo a  valores”, es cosa del momento. Y ahí cerró la conversación porque no era un tema que lo desvelara.
Cada vez que veo una película de juicio, como un poco es El Vuelo, con sus declaraciones, artimañas, pruebas y contrapruebas, me da la misma sensación: que las leyes son cosa “del momento”.
Gripi.



sábado, 16 de febrero de 2013

Guacamole

Castaneda tapándose la cara. Sostenía
que las fotos robaban un pedazo de alma
















Hace aproximadamente quince años que no dejo de volver una y otra vez a los libros de Carlos Castaneda.  Relatos de Poder, el Fuego interior y Viaje Ixlan, son para mí como El Nuevo Testamento, cual cristiano ferviente. Cada vez que vuelvo a las conversaciones entre Don Juan -indio yaqui y hombre de conocimiento, que imparte su saberes a los que él llama “discípulos”-,  y Carlos Castaneda- antropólogo occidental y seguidor del simpático Brujo. Al cual conoce en circunstancias extraordinarias como diría Don Juan, realizándole una entrevista para su tesis sobre las plantas alucinógenas del desierto de México-,  descubro un concepto nuevo, o una idea que había pasado desapercibida en una primer lectura. Como las canciones de Los Beatles, uno no se aburre nunca, aunque las escuchase mil veces.
 En el desarrollo de la lectura de estos libros, uno percibe la transformación del protagonista que escribe en primera persona las crónicas de sus  experiencias y diálogos con su maestro brujo Don Juan Matus. Todos los valores y razones que sostienen a Carlos Castaneda, propias del hombre racional y moderno,  se van derrumbando como un castillo de naipes mientras avanza en el camino del conocimiento.   
El objetivo fundamental de esta breve reseña sobre los libros de Carlos Castaneda es despertar cierta curiosidad, con suerte, en los lectores de este blog (¿existen?) para que vayan a la sección de esoterismo de las librerías y compren o roben, es mejor robar una librería que fundarla, “Relatos de Poder”, como primer libro, angular e iniciático, en este maravilloso mundo del conocimiento. Repito y aconsejo, son libros muy útiles para resolver cuestiones y peripecias de nuestra vida mundana.

De los conceptos que hizo más mella en mi persona es el de “Restarse importancia personal”
Yo andaba por ahí tomándome demasiado en serio. Cualquier cosa que me decían me ofendía y levantaba  el tono de voz como un idiota cuando discutía de política, por ejemplo, o en el mejor de los casos, me marchaba así nomás porque las cosas no salían a mi modo. Era un caballo con anteojeras, estaba tan pendiente de mi estado de ánimo que no percibía nada a mí alrededor. Toda esa época se caracterizó por una soberbia idiota que tuvo su apogeo cuando cursaba el CBC. Recuerdo que hablaba de marxismo, materialismo dialéctico, como si realmente supiera.  Le explicaba a todo el mundo los pasos hacia al Comunismo. Una barrabasada tras otra, que más que darme fama de iluminado me acercaba a ser un intratable. Las cosas  que repetía una y otra vez, mal digeridas, no tenían ningún sentido para mí. No vivía de acuerdo a mis palabras, ya que vivía en las casa de mis padres, como un pequeño burgués consentido.  Iba a las fiestas que organizábamos con mis amigos y me jactaba en público de saber la fecha exacta de Revolución Francesa, ó cual era el nombre de Trotsky, ó nimiedades por el estilo. Por suerte para mi,  otras personas me bajaron del caballo en más de una  ocasión. Desde ya se los agradezco. Creo que el hecho de que otra persona te ubique  es un acto sumamente generoso. Digo,  tomarse la molestia de enseñarle a un necio, no es moco de pavo
Bueno, justamente Don Juan hace eso, machaca y machaca, como si se tratara de palta sobre ajimoto,  sobre la cabecita occidental y pre juiciosa de Castaneda, una y otra vez, sin conseguir demasiados logros. A medida que avanzamos en la lectura, el lector se desespera un poco con este  Carlitos tan lerdo e inepto y cobra simpatía la figura de Don Juan, que es oportuno, gráfico e impecable. Carlos Castaneda aprende la primera lección de Don Juan inmediatamente. Aunque se muestre tosco y estructurado frente al lector, inclusive ante Don Juan. Su literatura demuestra lo contrario. Él no tiene ningún problema en mostrarse como un idiota frente a un indio pobre.  Creo que ese es el gran mérito de la literatura de Carlos Castaneda, pasa por ahí, haberse restado importancia personal, eliminar su ego para hacer brillar su obra.
“La importancia personal es nuestro mayor enemigo” afirma Don Juan  ante un Castaneda que lo escucha curioso. “Piénsalo, aquello que nos debilita es sentirnos ofendidos por los hechos y mal hechos de nuestros semejantes”  “Nuestra importancia personal requiere que pasemos la mayor parte de nuestra vida ofendidos por alguien” concluye el viejo, mientras Carlos Castaneda hace sus anotaciones en su libreta y se imagina ser leído por millones.

Mauro.

jueves, 7 de febrero de 2013

Corazón Delator


Hoy vi una película en MGM. Se llama “Return to me”, es de esas películas perdidas en el medio de la programación del cable, películas que nunca se estrenaron en un cine, al menos acá. Películas, que si siguieran existiendo los videoclubes serían las que quedan rezagadas en el escaparate, un domingo de lluvia.  La historia es medio rebuscada y morbosa, y se intentó mil veces abordarla, creo que hay un filme de Clint Eastwood con la misma temática y hasta una novela argentina, que pasó sin pena ni gloria, protagonizada por Gabriel Corrado. El relato sería más o menos el siguiente: alguien muere, preferentemente una mujer genial y exitosa, en medio de la tragedia su esposo autoriza con todo el dolor del mundo, pero con convicción, la donación de su corazón, el hombre queda   derrumbado. Con el paso del tiempo no logra atenuar su depresión, sin embargo,  se enamora de una chica, que oh casualidad, es la afortunada que recibió el trasplante, (la chica en cuestión, aunque menos genial y exitosa, es joven y destila una candidez que da impresión).Todo es de casualidad y sin saberlo. O sea, el viudo, se vuelve a enamorar del mismo corazón pero con otro ser humano por fuera. Cuando los dos protagonistas de la película se enteran de la increíble coincidencia,  esto les genera una especie de dilema existencial sobre el sentido de la muerte y las vueltas de la vida. La película está protagonizada por el actor de los Expedientes X, Molder y la chica es Minnie Driver, esa que tiene esa boca enorme y los ojitos brillantes y siempre parece que se va a largar a llorar, ó a cagar de risa. Es más bien una comedia dramática.. Minnie Driver, por si no se acuerdan, aparece en la primer película que produjeron y guionaron Matt Dammon y Ben Afleck, (antes de la bosta de Argo y en la época que andaba con Jennifer López, creo), cuando escribieron ese guión que era un poco inteligente, sin exagerar. Trata básicamente de un pibe que barre el piso en la universidad de Harvard y al final termina siendo un genio. El chico es pobre, y para colmo de males, el padre lo cascaba todo el tiempo. Ahí aparece el  obvio de Robin Williams haciendo de un psicoanalista sensiblero, que hace de cuenta que lo cura. La parte más floja de la película, sin lugar a dudas.   Se llama “Good will hunting”, sino me acuerdo mal, acá la tradujeron como “En busca del destino”, ó un título vergonzoso por el estilo. Volviendo a nuestra chica, Minnie Driver,  ella hacía de la novia de Dammon y se gana ese lugar con un chiste buenísimo sobre el sexo oral entre los ancianos y un tema de dientes postizos y cosas por el estilo que la hacen quedar muy bien. Bueno la película en general es bastante boluda, un clishé atrás de otro: familia italiana, viejitos simpáticos que juegan a las cartas, Joe Belushi haciendo el eterno papel de padre de familia americana, hasta en la escena final que se van a Roma y aparecen unas monjas y todo. La película se trataría de un fiasco absoluto, como una torta rellena de mermelada (o sea, incomible), sino fuera porque a lo largo de toda esa garrafada de lugares comunes, la camisita floreada y la bicicleta roja con canastita, y Minnie Driver abriendo los ojos bien grandes y Molder haciendo de Molder, que es lo único que le sale. Esos lugares y esas familias de juguete que los americanos hace años que nos vienen  haciendo tragar, con toda su mierda de heladeras de dos puertas de acero inoxidable y cerveza en porrón, y jardincito con hamaca, y la mar en coche. En fin, todo eso  no tendría sentido, si no fuera porque  gira en torno a un corazón muerto, que sigue latiendo, y a eso no hay con que darle.
Gripi.