martes, 28 de junio de 2016

Los escritores secretos

Casi nunca me presento ante otras personas como escritor. Cuando lo hice, en ferias de libros independientes u otros eventos sociales, a nadie le importó.
En una ocasión le comenté a un grupo de escritores independientes mi “berretín”, como diría el escritor Oscar Fariña, por la escritura. La mirada de mis colegas ocasionales fue tan incómoda, como si sintieran odio hacia mi persona por mi mensaje tan pretencioso. ¡Ni que hubiera dicho que juego a la pelota como Maradona, viejo!
A mi madre –una asidua lectora- siempre le pregunto qué le parece alguno de nuestros cuentos, pero ella con una indiferencia oriental omite mi pregunta, mostrándome un saquito que está tejiendo para Cielo, o regalándome una cortina para el bajo mesada de la cocina.
Ningún miembro de mi familia u amigo tomó en serio, alguna vez, nuestra literatura. Yo escribo, escribo… Mejor dicho, escribimos. Escribimos con mi cumpa Griselda, pero a nadie parece importarle. Llegamos a un punto en que no sabemos si del otro lado de nuestros cuentos existen lectores, o simplemente escribimos sin que nadie nos lea. Como quien lee un cuento en voz alta y cuando llega al momento cumbre del relato, escucha los ronquidos de su hija que duerme plácidamente.
Acabo de escuchar en una efeméride de un  programa de radio, dice que en un día como hoy, se publicaba la novela de Julio Cortázar: Rayuela. “Las críticas de la prensa argentina fueron muy malas”, asevera  el conductor del programa radial. Es raro, hay montones de personas que conozco que citan la gran novela de Cortázar como el punto de inflexión de sus vidas y he escuchado comentarios de chicas haciéndose las Magas en alguna fiesta vintage. Hay miles de personas que adoran a Jorge Luis Borges, imaginen lo que sería si realmente lo hubieran leído... El mundo de la literatura es monopolizado por cuatro o cinco escritores, cual mercado de la alimentación, lo monopolizan cuatro o cinco hipermercados. Después  estamos el resto de los escritores, que vendríamos a ser feriantes o vendedores ambulantes literarios.
Henry Miller, en su libro “Trópico de Capricornio”, dice que el escritor debe abandonar todo y no hacer otras cosas que escribir y escribir, aún cuando todo el mundo le aconseje lo contrario. Algo así como la resistencia lingüística. La verdad que lo haría con gusto, pero es cierto también que uno no quiere enloquecer y  escribir una novela para lectores imaginarios, como mi vecina viuda que habla a los gritos con su esposo que ya no existe hace 20 años.
Hay una canción de Los Gardelitos que dice “Es que nadie cree en mi canción, es que nadie espera nada de mí, toda esta mierda me hace pensar que Dios me olvidó…”
Me siento totalmente identificado con Korneta .Quizás sea eso, quizás siga escribiendo precisamente porque nadie cree en mi como escritor. O quizás, el auténtico secreto radique en hacer creer a la gente que uno escribe bien. Pero como convencer a potenciales lectores que mi obra vale el esfuerzo de leerla, habiendo escritores tan enormes que todavía no leyeron. “No leas a Maupassant, mi obra es más contemporánea”, es imposible que salga de mi boca semejante atrocidad. Aunque pensándolo bien,  las personas no dejan de leerte para leer a Maupassant o a Balzac, sino para leer su signo del zodiaco en el horóscopo, ó el suplemento deportivo del diario.   Algo debe tener la escritura que genera tanta resistencia cuando no es consagrada ni legitimada por la academia. Me quedo pensando, mientras en el puesto alguien escudriña nuestros libritos artesanales de módico precio durante largos y pausados minutos, como si estuviera comprando un auto usado, como si el riesgo fuera enorme…

Todas estas son suposiciones, la única certeza  que tengo, es que escribir junto a Griselda me compone.  Como diría Spinoza, los dos cuerpos, las dos ideas se componen formando un todo más poderoso.  Y qué bien se siente uno en el proceso de escritura, como si la vida cobrara pleno sentido con un puñado de palabras. Pero al finalizar la obra, uno espera expectante alguna respuesta del universo, y la respuesta no llega, no llega; y mejor que no la espere demasiado, porque antes lo puede sorprender la muerte.