miércoles, 21 de diciembre de 2016

Allahu Akbar





Mevlut Mert Altintas es el nombre del “terrorista” que asesinó a Andrei Karlov, embajador ruso en Turquía, el pasado lunes 19 de diciembre en una exhibición artística en Ankara. Escribo el nombre terrorista entre comillas porque ese es el mote que utilizó la prensa mundial hegemónica para calificar al atacante del embajador.
Recuerdo haber leído en un pasaje del libro “La voluntad de Poder” de Federico Nietzsche, algo así como que lo mejor que tienen las tragedias griegas, es que los únicos personajes que salen indemnes espiritualmente al final de las tragedias, son los fuertes.
Es completamente cierto lo que afirma el filósofo frenético Federico Nietzsche: Antígona, quizás la primera mártir femenina de la literatura universal, está tan convencida de dar sepultura a su hermano muerto Polínices, que se lo grita en sus propias narices a Creonte, Rey de Tebas. Desafía al responsable de la orden de dejar a su hermano insepulto, expuesto a los perros y aves carroñeras, por traidor a la ciudad de Tebas.
Me gusta tanto, tanto un párrafo del libro de Nietzsche “La voluntad de Poder”  que lo escribiría en la cabecera de mi cama: “… un criminal, con cierta seriedad sombría, se aferra a su destino y no niega inmediatamente lo que ha hecho, posee más salud del alma”
Me pongo a pensar en esta idea de Nietzsche y se me viene a la mente un montón de individualistas libertarios como Simon Radowitzky, Raskolnikov  y también ¿Por qué no?  El miembro de la policía turca que ejecutó al embajador ruso en Ankara.
Recordemos que Simon Radowitzky fue un militante anarquista  que tiró una bomba de mano al carro donde se trasladaba el comisario Ramón Falcón, responsable de la brutal represión de la semana roja de 1909 en Buenos Aires. En cambio, Raskolnikov, es un personaje ficticio del escritor Dostoievski,  que asesina a una vieja prestamista con un hacha para robarle el dinero y retomar su carrera de estudios, ayudar a los pobres y a su hermana a no casarse por cuestiones de dinero.
Los sujetos que están a la altura de esta experiencia son pocos. Todas las personas que mencione anteriormente  cometieron un crimen,  no se arrepintieron  y no lo negaron. Y lo más relevante es que realizaron un acto revolucionario en condiciones completamente adversas y solitarias. Generalmente utilizamos la palabra individualista para dar cuenta de una actitud o comportamiento mezquino  o egoísta. Nada más alejado al egoísmo fue el comportamiento de estos mártires, que conciben a la individualidad como la voluntad consciente  de actuar en pos de un ideal.
Terrorista es quien siembra el terror, pero la definición mediática pone el acento en los fundamentalismos y en las acciones solitarias de algunos, mientras organizaciones estatales, nacionales e internacionales vuelan de un plumazo ciudades enteras sin que se les derrame el agua mineral en los atriles de sus cumbres mundiales. Hay una vieja frase que dicta: “La violencia se sabe donde empieza, pero no donde termina”. Hoy transita con mayor virulencia, como siempre, por los territorios más desgraciados históricamente de nuestro planeta. Aunque hechos como la irrupción de Allahu Abkar hablan de un objetivo más claro, entonces las acciones son individuales y no individualistas, ya que no se llevan al pasajero de subte o al transeúnte desprevenido. No seamos tontos, no todos cargamos la misma responsabilidad. Algunos caramelos entonces parecen tener sabor a justicia en estos casos. No sabemos hacia dónde va pero como la napa de agua, cerca del camino de La Ribera, siempre el agua podrida brota desde el baño o la cocina y a veces inunda toda la casa.