jueves, 1 de noviembre de 2007

Microficción en las calles


Tenemos el agrado de acercarles los pequeños secretitos rimbombantes que Fernandito, Juli y Marito nos vienen a contar.
Estos stikers están pegados sobre publicidades, propagandas políticas, vagones de subte y demás espacios públicos.






PD:
Tengan en cuenta amiguitos que debido al fragor de la lucha política que se desarrolla en estos tiempos y nuestro compromiso intachable con la verdad queremos aclarar que las fotos no fueron tratadas artísticamente, ni se utilizó el photoshop!
Hemos dicho.
Escondete!








martes, 14 de agosto de 2007

Salida

La calle estaba oscura y fría, los árboles temblaban ante la tempestad. Las casas iluminaban apenas al pueblo, como luciérnagas a un jardín. Las personas escondidas del clima, se adormecían frente al televisor. Sus semejantes eran personajes grotescos que no le respondían.
Pedro, en una de esas casas, se perdía en un pensamiento, quizás en un sueño. En los últimos días la angustia había tomado demasiada confianza, se había acercado hasta abrazarlo... Estaba mareado, su cabello tenía pegamento y su almohada no lo dejaba escapar. Empezó a caminar por la casa. Fue al jardín y vio plantas que se soplaban entre sí, fuertemente. Conversó con su perro Aitor. Éste le comento las peripecias de su trabajo, de los riesgos que se corren al cuidar una casa en los tiempos actuales.
Se traslado a la cocina y preparó unos mates humeantes, como le gustaban, bien amargos. Encendió un cigarrillo negro, sin filtro, lo apagó inmediatamente y salió de la casa. Caminó por interminables cuadras, en subida. Llegó hasta la plaza y jugó al fútbol con unos chicos que escupían sangre. El juego terminó para él, porqué el balón así lo decidió, golpeando con intención en sus zonas bajas. Cayó dolorido en el arenero y se fue hundiendo como en una ciénaga. La arena le llegaba al cuello...
Por fin pudo salir de su estado de somnolencia. Se quitó el pegamento del pelo y con esto la almohada. Se calzó el traje viejo y corrió inmediatamente hasta la plaza. Cuando llegó, comenzó a buscar el arenero. Lo divisó rápidamente, estaba a escasos metros de él. Empezó a escarbar y por fin se encontró. Se incorporó sacudiendose la arena del saco. Saludó a los pibes y siguió adelante.



Mauro.

jueves, 28 de junio de 2007

Hablarte


La pieza estaba casi en penumbras. Solo una luz tenue y lunar alumbraba tímidamente la habitación.
Abel entró y no cerró la puerta. Los hombros cargaban el cansancio del día; la camisa caía sobre el pantalón. Lo único que quería era desplomarse sobre el colchón y desvanecerse. El dormitorio era pequeño y muy acogedor. Una cama ancha ocupaba casi toda la superficie de la pieza. También había un velador con la bombita quemada y unos libros viejos contra la pared escrita. En fibra negra e indeleble y letra grande y redonda asomaba un poema abierto del escritor Walt Whitman. Decía:
“Desconocido, si al pasar me encuentras y deseas hablarme ¿Por qué no habrías de hacerlo? ¿Y por qué no habría de hacerlo yo?”
Abel era una persona sumamente callada. No porque no quisiera hablar o porque no tuviera algo importante que decir, sino porque era tartamudo. Le costaba un esfuerzo sobrehumano poder pronunciar una frase completa que se armara con más de cinco palabras. Debido a su tartamudez quedaba siempre al margen de cualquier conversación. Esta condición lo convirtió en una persona solitaria y casi muda.
Estaba agotado, había trabajado de sol a sol y a la noche se había aburrido en el cumpleaños de su abuela. Algunos comentarios resonaban todavía en la cabeza. No recordaba si los había escuchado en la tele, o de la boca de sus primas. La candidatura política de una vedette, violación de ancianas, la deuda externa...
Hundió lentamente la cabeza en la almohada y disfrutó de ese maravilloso instante que se tiene antes de dormir. El sueño repitió la temática de noches anteriores. A veces era una señora que se vestía con ropa apretada; una quiosquera que le gritaba a sus hijos mientras se hundía en el freezer y hurgaba helado con una cuchara de lata. Las piernas elongadas y la cintura corva prologaban un banquete pantagruélico para un solo comensal. Pero esta vez, el sueño dibujó a la morocha que habitualmente tomaba el colectivo con él. Una señorita de senos belicosos arrebatados por miradas furtivas y ansiosas.
Siempre eran mujeres que se cruzaban en su vida, que las deseaba, pero a las que nunca se había animado a hablar.
Se despertó aún más cansado que cuando se acostó. Despegó la espalda de la sábana y se sentó en cuclillas contra el respaldo de la cama. Descubrió con vergüenza, entre sus piernas, las huellas de una erección.
Mientras se cambiaba leyó por enésima vez el poema de Whitman.
Ya no era necesario que lo leyera. Lo sabía de memoria.
Eso si, nunca lo recitó.
Mauro.

martes, 8 de mayo de 2007

¡Hola amigos! hoy les escribimos, primero para agradecerles mucho que nos hayan leído, que algunos hayan opinado y que muchos no nos dijeran absolutamente Nada!


Eso estuvo bueno también.


Queremos invitarlos a la IV Feria del Libro independiente, es una feria de lo más simpática con escritores y editoriales independientes, hay además teatro, bandas en vivo y algunas lecturas de textos.


Nosotros vamos a poner una mesa con los libritos de Escondete, ediciones artesanales y cosas lindas.


Es el domingo 13 de mayo, en Federico Lacroze 4181 en Chacarita, en un lugar que se llama Sexto Cultural.


La entrada colaboración es un libro.


Está bueno para ver y leer cosas distintas. Y si les da ganas nos vemos.


Un abrazo y muchos besos.


Gripi y el Escocés

jueves, 19 de abril de 2007


¿Hoolaaa? ¿Hay alguien ahí?

Sáquenme.

¡No estoy muerto!

viernes, 9 de febrero de 2007

" El Hombre que la pone siempre"




El Hombre que la pone siempre es una persona que se agita fácilmente. Su corazón late como el de un tero asustado. No camina. Se mueve en pequeños y eléctricos saltos, como si tuviera resortes en las plantas de los pies. Por esta condición tan siniestra y divertida, los vecinos lo conocen como el monje depravado o como el conejito de duracell.
La última vez que lo vieron, rebotaba por una calle tranquila del barrio. Vestía una sotana marrón. No usaba debajo: ni ropa interior, ni camiseta. Dicen que cuando nadie lo pispeaba se apoyó sobre las rejas de una casa nueva. Mordió el hierro, se levantó la seudo-pollera y dió libertad a su sexo. Esperando que algún perro juguetón viniera por él.
Les digo que el único problema del “Hombre que la pone siempre” es que no respeta la voluntad del otro y hace oídos sordos a los gritos y gemidos de la sociedad. Lo que pasa es que siempre tiene ganas de garchar. Algunas veces, cuando esta muy desesperado, se dibuja un infante sonriente en la mano y dale que dale.... o sino, recurre a la no muy conocida pero sí muy efectiva “paja de la mosca”. Se untá el miembro con dulce de leche espeso. Luego, atrapa un moscardón verde y zumbón, ahí nomás los encierra en un vaso lo suficientemente largo y en pocos segundos lo invade una comezón aguda y vibradora por todo el cuerpo.
Yo lo conozco al “hombre que la pone siempre”. Me lo presentó en un seminario una monja ninfómana que hace caridad:
-¡ Qué hace cachorro! Este es el que te la pone siempre- gritó la monja mientras mascaba un chicle de uva. Yo, asustado al escuchar su apodo y conocer su fama atiné a saludarlo con la izquierda y con la derecha me tapé la parte de atrás. (Aunque tenía un jeans grueso sabía de su desgarradora potencia sexual)
- Hola ¿ Cómo le va?- dije estirando el brazo.
- Bien, muy bien- dijo sin responder a mi saludo. Después se puso hablar del tiempo con la monja ninfomana:
-Viste Edith, va a lloverga- ( Edith era el nombre de la monja que tenía la particularidad de tener un tatuaje muy tumbero en el cuello. Era un San Benito en paños menores, muy libidinoso y sensual)
- Sí van a caer soretes de punta. El cielo esta chispeando como pija de burro sin frenillo- contestó la monja y luego se fue a la parroquia.
El hombre que la pone siempre me miro detenidamente y luego comentó:
- ¡uiih esta relampajeando!- una sonrisa le cruzó la boca.
Por fin, como un monje discreto inclinó el brazo para despedirse. Inquieto, lo salude simpáticamente. Estaba a un paso, mejor dicho a una mano de la libertad.
- Adios amigo- Dije nervioso!!
- Amigo, amigooordito!!! Vení para acá-
Lo único que puedo decir es que me agarraron sus manos como dos tenazas y ya no pude escapar más del “Hombre que la pone siempre”.
Mauro