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Crepúsculo en el camping Suteba de Necochea. Por Cielo. |
Me he dado cuenta que un montón de personas
la pasan mal cuando acampan en un camping, se meten en el océano, o se duchan en
un vestuario público. Yo creo que el problema es que nunca entendieron el
verdadero concepto de cómo estar en esos lugares. El camping puede estar lleno,
inclusive las carpas pueden estar pegadas una al lado de la otra; sin embargo,
esta condición puede ser una gran posibilidad para conocer al vecino, pedirle
un abrelatas, prestarle un poco de carbón, el destapador, inclusive pegar
espalda contra espalda, para poder sentarse en cama india , mientras se
degustan los fideos aldentes a la pomarola. Es cierto que para llegar a ese
nivel de hermandad, es necesaria una humanidad desbordante en ambos vecinos
campamenteros. A mí me paso una vez sola.
Vayamos
a los artículos de camping, qué más da que no tengamos colchón inflable,
almohada o reposera. Por supuesto que son dispositivos que ayudan a la comodidad
del campamentero. Pero quiero decir una cosa, la verdadera clave para lograr la
relajación campamentera, es saber plegar el cuerpo a la superficie que sea. Por
ejemplo, ahora mismo, estoy escribiendo este ensayo debajo de la sombra de una
multitud de pinos delgados y tambaleantes por el viento. No necesito mesa, ni
silla; una mantita sobre el pasto seco, una birome y un cuaderno falopa, me
bastan para recrear mi cuerpo mente y alma.
Por último, el océano, esa masa de agua
sonora, ondulante y enérgica. ¿Cuándo
se cansará el océano? Veo como los
bañistas confrontan las olas, como si fueran gladiadores del coliseo, cuando en
realidad, lo que debe hacer uno, es recostarse suavemente sobre el agua febril
y turquesa y dejarse llevar por vaivén de las olas. Florar, flotar, cual nube
en un cielo de tormentas.
¿De qué sirve tener el cuerpo rígido y
nervioso en el vestuario público? De nada, uno tiene que aprender a soltarse
como saco de arena en la superficie que sea.
Hemos dicho, Escondete!
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