viernes, 1 de julio de 2011

Poema a mis ojos.

Yo tengo astigmatismo y miopía, en ese orden. Uno de mis ojos se empeña en ver poco, tener una pata fracturada y andar con un yeso por la vida, mirando las baldosas y esquivando los charcos, justo en el momento del aterrizaje, resultando siempre salpicado. Parece ser que el ojo sano, el ojo izquierdo, al ver las ineptitudes de su compañero, le golpeara la espalda fuertemente, con un dejo de afecto, para corregirlo. Y ahí mismo, mi primer ojo: el ojo derecho, intenta hacer equilibrio, pero su zancada le hace perder el último bastión que quedaba en pie, del que siempre se enorgulleció.
El complejo arte de calcular las distancias. Lo que estaba lejos, le toca la punta del pelo; y sus entrañas, aquello que consideró el alma corporizada de su materia, chorrea entre los dedos... Así es esta divergencia de criterios, frente al fracaso, que sortean mis dos ojos. Uno empeñado en marcar los errores ajenos; el otro incontrolable por donde se lo mire, cero planificación y reflejos, desmoronándose a la primera de cambio. Esta incongruencias de líneas rectas me tiene, fundamentalmente, desorientada. Mirando de reojo lo importante y abocada de lleno a las nimiedades, como el frío o cuando lavo los repasadores, borradores incansables de que estuvimos ahí. Pero el mayor problema es con las personas, salvo dos honrrosas excepciones, no puedo determinar fehacientemente la fisonomía ni las expresiones. Me siento acorralada estando sola y ausente, en las charlas de los otros. Participo porque tengo corazón, pero estoy perdiendo el alma. Quiero calcular mentalmente en que lugar deberías sentarte, para que te vea mejor. Creo que en este momento, necesito cerrar los ojos.
Gripi.

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