El regalo más lindo
que me hice a mí mismo en estas fiestas de fin de año, fue haber visto la
película Los Comulgantes de Ingmar Bergman (1963). En esta película oscura y
escabrosa, el director sueco cuestiona su fe religiosa y pone en evidencia el
estado crítico de su “Yo trascendental”. A través de su alter ego, el protagonista
de la película, un pastor protestante llamado Tomas Ericsson.
Antes que continúe,
quiero aclarar dos cosas: la primera, es que la película pueden encontrarla en
el canal Youtube, subtitulada en español y todo.La segunda cosa que quiero
decirles, es que voy a contar parte de la película, por lo tanto, la voy a
spoilear un poquito. Aviso por si ustedes no la han visto y tienen deseos de
verla. En tal caso, no sigan leyendo este post. Como diría un mafioso, el que
avisa no traiciona…
Ahora que quedaron
las cosas claras entre nosotros, prosigamos. Iba contando, el actor principal
de la película es un pastor que se llama Tomas, y que se encuentra en una
profunda crisis con su fe religiosa. La historia se sitúa en un contexto de
posguerra y la primera escena transcurre en una iglesia, como la mayor parte de
la película, en una iglesia perdida en algún pueblito rural de Europa, Suiza,
ponele.
Entre los pocos
fieles que asisten a la eucaristía, que brinda triste y solemnemente el pastor,
se encuentra una pareja, conformada por una mujer embarazada y su marido, de
oficio pescador. La mujer del pescador se siente realmente desesperada y al
terminar la eucaristía, se acerca con su marido para hablar con el pastor.
Bueno, la cosa es que la mujer le cuenta al pastor que su marido está
deprimido, que ella no puede más, que su marido esta todo el día deprimido, que
ella no puede sola, que tiene que hacer miles de tareas domésticas, como
fregar, cocinar, barrer, hachar, y que su marido no la ayuda en nada. Y para
colmo tienen tres pequeños revoltosos, que andan de aquí para allá, y uno más, que está por venir, que todavía no
salió al mundo. Mientras Karin habla con el pastor, el pescador mira con una
rígida cara de madera hacia el suelo.
Cuando Karin termina
su discurso, el Pastor se dirige al pescador y le dice: - Hay que confiar en
Dios- y continua: - Yo comprendo tu angustia, pero hay que vivir. - - ¿Por qué hay que vivir? -, le pregunta lacónicamente
el pescador. El pastor, que, según las sagradas escrituras, es el nexo o puente
entre los hombres y Dios, se queda sin palabras ante la pregunta del pescador.
Es entonces que interviene su esposa: - Llévame a casa y luego vuelves. -Es
mejor que estas cosas las hablen solos. – El pescador acepta el compromiso y
lleva a casa a su esposa.
La película tiene
otros personajes, como un organista ebrio, una maestra infeliz, y un sacristán
con discapacidad física, entre otros pocos personajes más. Pero sobre esos
personajes no voy a hablar, porque no me parecen tan relevantes en la historia.
La relación entre el
pescador y el pastor es lo que más importa, bueno, la cosa es que después de un
largo rato, el pescador vuelve a hablar con el pastor, y he aquí para mi la
perla de la obra de Bergman, el diálogo entre el pastor egocéntrico y el
pescador deprimido, sublime:
El pescador que
habla de manera escueta, le confiesa al pastor, que hace tiempo que está
pensando en quitarse la vida. A lo cual, el pastor responde: - Le seré sincero.
Perdí a mi esposa hace cuatro años. Yo tampoco le encontraba sentido a mi vida.
Sin embargo, seguí. No por mí, sino para serle útil a los demás, bla bla… -
Mientras el pastor comienza a envalentonarse con su monólogo, el pescador lo
mira incrédulo. El pastor continúa embarrándola y dice: -Ves que mal pastor soy,
salió de un hombre angustiado. - Continua- ¿Y si acaso Dios no existe? Qué más
da… La vida cobra sentido. ¡Qué alivio! – dice el pastor ante la desazón del
pescador que está al borde del suicidio.
El remate de la
historia como usted imaginará, es que después del diálogo entre ellos, el
pescador se marcha de la iglesia, busca su rifle y ¡Bang! se vuela la cabeza de
un tiro, cerca de un río.
¡Esto es arte,
pusilánimes! Grité mientras Cielo me miraba desconcertada. No me vengan con
poemas de amor de Mario Benedetti, y mucho menos con los cuentitos y alegorías
pedagógicas de Eduardo Galeano, que hacen circular miles de usuarios en las
redes. Yo siempre me pregunto, en vez de replicar versos y párrafos de Eduardo
Galeano, porque no replican frases o párrafos de cuentos de Horacio Quiroga o
Juan Carlos Onetti, que también son uruguayos, pero a diferencia de Galeano y
Benedetti, son escritores en serio, que exponen sus miserias, que cuentan la
cosas tan cual son, aunque no queden bien parados, aunque queden expuestos.
Probablemente, la
gente que cita a Galeano, nunca leyó a Fedor Dostoievski, ni a Franz Kafka, los
grandes pioneros literarios del mundo contemporáneo. Escritores que esconden en
sus libros, la violencia de un “cross” a la mandíbula. Como dijo Roberto
Arlt, en su prólogo Los Lanzallamas: Crearemos
nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino
escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un
"cross" a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los
eunucos bufen". (Roberto Arlt, 1931).El lector debería escupir sangre
en una palangana, al terminar cada capítulo de una novela,cual boxeador al
sonar la campana. No me vengan con escritores que explícitamente quieren dejar
una enseñanza. Esos no son escritores de literatura, en todo caso son
escritores que hacen libros de autoayuda o espirituales, que hacen otra cosa, o como ustedes quieran llamarlos, pero no de literatura.
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