Casi nunca me presento ante otras personas como escritor.
Cuando lo hice, en ferias de libros independientes u otros eventos sociales, a
nadie le importó.
En una ocasión le comenté a un grupo de escritores
independientes mi “berretín”, como diría el escritor Oscar Fariña, por la
escritura. La mirada de mis colegas ocasionales fue tan incómoda, como si
sintieran odio hacia mi persona por mi mensaje tan pretencioso. ¡Ni que hubiera
dicho que juego a la pelota como Maradona, viejo!
A mi madre –una asidua lectora- siempre le pregunto qué le
parece alguno de nuestros cuentos, pero ella con una indiferencia oriental
omite mi pregunta, mostrándome un saquito que está tejiendo para Cielo, o
regalándome una cortina para el bajo mesada de la cocina.
Ningún miembro de mi familia u amigo tomó en serio, alguna
vez, nuestra literatura. Yo escribo, escribo… Mejor dicho, escribimos. Escribimos
con mi cumpa Griselda, pero a nadie parece importarle. Llegamos a un punto en que
no sabemos si del otro lado de nuestros cuentos existen lectores, o simplemente
escribimos sin que nadie nos lea. Como quien lee un cuento en voz alta y cuando
llega al momento cumbre del relato, escucha los ronquidos de su hija que duerme
plácidamente.
Acabo de escuchar en una efeméride de un programa de radio, dice que en un día como
hoy, se publicaba la novela de Julio Cortázar: Rayuela. “Las críticas de la
prensa argentina fueron muy malas”, asevera el conductor del programa radial. Es raro, hay
montones de personas que conozco que citan la gran novela de Cortázar como el punto
de inflexión de sus vidas y he escuchado comentarios de chicas haciéndose las
Magas en alguna fiesta vintage. Hay miles de personas que adoran a Jorge Luis
Borges, imaginen lo que sería si realmente lo hubieran leído... El mundo de la
literatura es monopolizado por cuatro o cinco escritores, cual mercado de la
alimentación, lo monopolizan cuatro o cinco hipermercados. Después estamos el resto de los escritores, que
vendríamos a ser feriantes o vendedores ambulantes literarios.
Henry Miller, en su libro “Trópico de Capricornio”, dice que
el escritor debe abandonar todo y no hacer otras cosas que escribir y escribir,
aún cuando todo el mundo le aconseje lo contrario. Algo así como la resistencia
lingüística. La verdad que lo haría con gusto, pero es cierto también que uno
no quiere enloquecer y escribir una
novela para lectores imaginarios, como mi vecina viuda que habla a los gritos
con su esposo que ya no existe hace 20 años.
Hay una canción de Los Gardelitos que dice “Es que nadie cree en mi canción, es que
nadie espera nada de mí, toda esta mierda me hace pensar que Dios me olvidó…”
Me siento totalmente identificado con Korneta .Quizás sea
eso, quizás siga escribiendo precisamente porque nadie cree en mi como
escritor. O quizás, el auténtico secreto radique en hacer creer a la gente que
uno escribe bien. Pero como convencer a potenciales lectores que mi obra vale
el esfuerzo de leerla, habiendo escritores tan enormes que todavía no leyeron. “No
leas a Maupassant, mi obra es más contemporánea”, es imposible que salga de mi
boca semejante atrocidad. Aunque pensándolo bien, las personas no dejan de leerte para leer a
Maupassant o a Balzac, sino para leer su signo del zodiaco en el horóscopo, ó
el suplemento deportivo del diario. Algo debe tener la escritura que genera tanta
resistencia cuando no es consagrada ni legitimada por la academia. Me quedo
pensando, mientras en el puesto alguien escudriña nuestros libritos artesanales
de módico precio durante largos y pausados minutos, como si estuviera comprando
un auto usado, como si el riesgo fuera enorme…
Todas estas son suposiciones, la única certeza que tengo, es que escribir junto a Griselda
me compone. Como diría Spinoza, los dos
cuerpos, las dos ideas se componen formando un todo más poderoso. Y qué bien se siente uno en el proceso de
escritura, como si la vida cobrara pleno sentido con un puñado de palabras.
Pero al finalizar la obra, uno espera expectante alguna respuesta del universo,
y la respuesta no llega, no llega; y mejor que no la espere demasiado, porque
antes lo puede sorprender la muerte.
3 comentarios:
Y el mensaje de un derrotista sería "no esperar demasiado, incluso esperar nada sería lo mejor, para sorprenderse si llega alguna caricia que apenas alcance la epidermis".
Pero cuando se escribe siempre se espera algo de alguien.
Hermosa entrada.
Gracias amigo del Blog Ínfimo Histórico. Un abrazo. Escondete!
Nos estamos leyendo!
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