Muchas veces se me puso la piel de gallina en un estadio de fútbol. Cuando digo “piel de gallina”, no tengo ninguna intención de hacer referencia al club de fútbol más representativo del capital cultural de la derecha de nuestro país, sino que quiero dar cuenta del reflejo denominado científicamente como piloerección, que sucede cuando nos emocionamos, o vivimos una experiencia diferente.
Una vez fue cuando vi a la hinchada de Boca en todo su
esplendor. Recuerdo que Lanús venía peleando la punta justamente con Boca
Junior. El técnico de Lanús era Miguel Angel Russo, creo que faltaban cuatro
fechas para el cierre del campeonato. Era un domingo lluvioso y yo miraba con
mi viejo el partido desde el tercer sector de la Bombonera, que cumplía la
función de tribuna visitante, en ese tiempo. Fueron cinco minutos muy intensos en el segundo tiempo: las cabecitas que
ocupaban la segunda bandeja que da a la Casa Amarilla comenzaron a moverse, e
inmediatamente eran las cabecitas de las tres cuartas partes del estadio. El sonido
me llegó tres segundos después, como en un relámpago: “Yo soy de boca señor,
cantemos todos con alegría…” La energía de la multitud me golpeó como una ola que rompe
con mucha fuerza en un banco de arena. Después de esa experiencia, yo creo que
hasta el hincha de fútbol más neófito comienza a ver los fenómenos sociales y colectivos
de otra manera.
Siempre me gustó la hermandad entre hinchadas amigas. Como la amistad entre Lanús
y Chacarita. El lazo social entre los muchachos y muchachas de San Martin y
Lanús Este se genera fundamentalmente en
compartir una misma identidad política: “Perón, Evita, Lanús y Chacarita”. No
puedo hablar de la misma amistad con la hinchada de Quilmes. Pero si puedo
elogiar a su gran banda, que una vez entraron como los Indios Quilmes a la
cancha de Lanús. El partido había comenzado hacía quince minutos, y de repente,
miles de barras de Quilmes de larga melena (tengamos en cuenta que eran los
noventa) corrieron al corazón de la
tribuna visitante, cual malón sobre un pueblo de la colonia española. El sonido
gutural que emulaba los ataques de los indios diaguitas: ohohohohohoh… era la
representación artística y contemporánea más lograda que había visto alguna vez
sobre los indios.
Por último, voy hablar de la gran final del pasado domingo:
Lanús vs San Lorenzo, y precisamente no voy hablar del Granate mecánico, como
lo bautizó al final del encuentro, el presidente de Lanús: Nicolás Russo, en
referencia al equipo de Holanda de Rinus Michels, del año 74. Sino que quiero hablar de la
gloriosa Butteler. La mejor banda de
sonido para disfrutar un partido de fútbol. Yo no sé quién es el letrista o los
letristas de la hinchada de San Lorenzo, pero sin lugar a dudas, están a la
altura de un Enrique Santos Discépolo, o un Homero Manzi. “Vamos Ciclón, vamo a
ganar, la butteler te va alentar…” Esta canción de los Estelares, apropiada y cantada por treinta y seis mil
cuervos, no sólo me puso la “piel de
gallina”, sino que me produjo nostalgia por el fútbol pasado, donde un partido no sólo cobraba
sentido por la dinámica que impone la competencia deportiva, sino también
porque se ponía en juego en la tribuna otra cosa. La construcción de una identidad barrial de un grupo social frente a
otra identidad social distinta. No nos olvidemos del gran aporte filosófico de
Ernesto Laclau: “El proceso de
constitución de identidades sociales está determinado por un sistema de diferencias”.
Para finalizar esta pequeña aproximación
al folclore del fútbol argentino, tengo una pregunta para los hinchas de San Lorenzo:
¿De qué barrio sos, de qué barrio sos, de
qué barrio sos San Lorenzo, de qué barrio sos?
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