Encendimos el motor del Gol y raudamente recogimos a Silvia
y a Santiago en la esquina de su casa. Mientras conducía por la avenida Hipólito Irigoyen
pude observar caras incómodas en los automovilistas. Uno de ellos, mayor de
sesenta años de edad, seguramente no hizo absolutamente nada, cuando la dictadura
cívico-militar tomó el gobierno por la fuerza. No digo que debería haberse
manifestado activamente contra un gobierno de facto. Cada uno de los ciudadanos
es libre de hacer lo que quiera, mejor dicho cada uno hace lo que puede, como
diría mi papá. Pero lo que llama la atención es que muchos de estos señores se
rasgaron las vestiduras durante los últimos ocho años, comparando por poco al gobierno kirchnerista con el gobierno de Joseph Stalin, pero resulta que durante la
última dictadura militar cerraron el orto. Repito, no juzgo su comportamiento.
Mis padres, por ejemplo, no tuvieron ningún compromiso político durante esos
años y no recuerdo que hayan asistido a una marcha. De alguna manera eran
indiferentes. Pero lo que molesta es la hipocresía de las personas y mi viejo,
aunque no era kirchnerista como lo soy yo, nunca pronunció semejante barbaridad
discursiva como si lo hicieron los medios de comunicación y un amplio sector de
la población.
Llegamos al Parque Lezama
y dejamos estacionado al auto sobre la calle Brasil. Caminamos largas
cuadras. Los chicos empezaron a decir que tenían hambre y sed. “Bueno, ahora
vamos un chino” dijo Griselda. “Yo no
quiero un chino. Los chinos son feos” dijo Santiago, y Cielo agregó “Yo sólo
quiero una Coca Cola y papas fritas”, “que feas las cosas que están diciendo”,
soltó Silvia, aunque nos descostillamos de la risa. Sin embargo, pudimos
sobreponernos al ataque de risa y continuamos caminando hasta que llegamos a la intersección de la calle
Belgrano y Avenida de Mayo, ahí nos detuvimos a descansar y a observar a la multitud de personas que pasaban al lado
nuestro. Cielo le dijo a Santiago, su amiguito, que José de San Martin y los
Power Ranger son los héroes de nuestra patria. Lo que a su amigo Santiago le
pareció muy cierto, sobre todo lo de los Powers Rangers. Silvia y Griselda
conversaban animadamente y yo adopté el rol de fotógrafo de la marcha por el
40° aniversario del Golpe. Sólo para entretenerme y mantener mi cabeza despierta.
Aquí podemos observar un maniquí que homenajea a todos los
piqueteros que marchaban por las calles y rutas de nuestro país, cubriéndose el rostro, para no ser identificados por la policía
secuestradora y represiva.
Aquí vemos a un Juez que perteneció a la Corte Suprema de
Justicia y que puede pasearse ante la multitud sin ser agredido. ¿Cuántos
jueces pueden hacer lo mismo? Me resulta difícil poder nombrar alguno más.
Seguramente habrá alguno. Yo tengo muy mala memoria para los nombres.
Las multitudes
avanzaban por la calle Belgrano, la columna predominante del Movimiento Evita,
uno de los movimientos territoriales más vivos actualmente, monopolizaba
colores y consignas, bombas y bengalas coloreaban el ambiente y las consignas políticas
de resistencia le otorgaban un sentido combativo al día de la Memoria. La piel
de gallina que se despierta marchando hoy, tiene que ser reivindicada a partir
de las luchas del presente y la disputa por el sentido de esta marcha, la más
multitudinaria de la que yo tenga memoria. Un periodista bobalicón que no vale
la pena nombrar, más tarde, por la tele, la ventana del poder actual, va a
decir que las consignas de la marcha son solo cotillón político. Yo les
recuerdo a todos los compradores de souvenires de la historia social, que en la
calle nos estamos encontrando los que no nos conformamos con el reconocimiento
tibio del presidente del mundo capitalista. Y nos vamos a reír toda la vida de
nuestro presidentito de mazapán redactando un discurso confuso para recordar a
nuestros muertos. Te re cabió Mauricio…
Avanzábamos por la calle Belgrano hacia la plaza, detectamos
unas marionetas. Silvia identifico al Martin Fierro. Pero nos quedamos con la
duda si la otra marioneta, era un buitre o el caballo de Fierro.
Quiero repetir una frase que escuche en la plaza: “Nadie
deja su vida para ser una bandera pero si a esa bandera la llenamos de sentido,
va a ser nuestra”
La plaza de mayo era un océano tumultuoso de gente, Grisel y
Cielo se nos escurrieron de las manos cual cornalitos en la red del pescador.
Las perdimos de nuestro alcance visual y con Silvia deliberamos sobre los pasos
a seguir. Nadamos contra la marea para arribar a la costa. Santi caminaba por
debajo de las cinturas de las personas, hasta que un gentil hombre me recomendó
que lo lleve al pibe a cocochito. Fue así que una ola nos arrastró hasta la
costa de la calle Bolivar.
Caminamos tan solo treinta metros y Grisel me chistó desde
la vereda de enfrente. La columna sur volvía a reagruparse.
Las marchas cansan el cuerpo, alimentan el corazón y
despejan el horizonte. Si me quisiera acordar cuando fue la primera vez que
vine a una marcha por el 24 de marzo, la verdad no lo recuerdo. Pero una
vuelta, trabajaba en el microcentro y almorzaba en la plaza de Mayo, entre
tapers y palomas con una prima que no veo más. Teníamos veintitantos años y la
vida nos iba alejando despacito. Yo me había tirado de cabeza a la militancia
universitaria y mi prima del alma estaba en otra. Era jueves y la invité a la
rueda de las madres, compartimos la ronda en silencio, pero lo mejor fue al final:
escuchamos un encendido discurso de Hebe y se nos llenaron los ojos de lágrimas.
Me gusta contarles a mis estudiantes que cuando yo tenía la edad de ellos, el
24 no era feriado, no recordábamos nada en la escuela y se nos ocurrió lo de la
resistencia. Si pienso en algún legado para los que están viniendo, de parte de esta
generación perdida, como dice mi amiga Lorenita, es la resistencia.
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