Cuando era un niño, no me importaba saber quién era. ¿Por qué habría de importarme, si contaba con la figura enorme de mi papá?
En mi adolescencia me desesperaba no tener un
“yo”, pero esa desesperación la sublimaba ejerciendo una intensa vida social y
saliendo con mis amigos a escabiar.
Cuando llegué a ser un adulto verde, era una
persona sumamente desagradable. No quería ser yo mismo e intentaba por todos
los medios convertirme en alguien que no era. Fue una época muy opaca de mi
vida. Durante esos años de falsedad me
llevé puesto a varios inocentes y a mí mismo al infierno.
Recién a los treinta y tres años de edad pude sacarme los clavos de mis brazos y mis piernas. Me bajé de la cruz y empecé
a caminar suelto. Ojo, todavía no sabía quién carajo era, ni quién quería ser,
pero por lo menos, no me desagradaba ver mi rostro en el espejo. En ese tiempo comprendí
la frase de Nietzsche: “Debes convertirte
en lo que eres”.
Ayer nomás, como dijo Litto Nebbia, estaba desesperado por ser “yo” mismo. “Yo sé perfectamente quién soy” gritaba a los cuatro vientos.
Hace poco comprendí, que esa obsesión de querer ser uno mismo, esa ansiedad de buscar reconocimiento, era miedo...
Soy yo y todos los “yoes” que no quiero ser.
Tengo que aprender a convivir con “ellos”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario