El Hombre que la pone siempre es una persona que se agita fácilmente. Su corazón late como el de un tero asustado. No camina. Se mueve en pequeños y eléctricos saltos, como si tuviera resortes en las plantas de los pies. Por esta condición tan siniestra y divertida, los vecinos lo conocen como el monje depravado o como el conejito de duracell.
La última vez que lo vieron, rebotaba por una calle tranquila del barrio. Vestía una sotana marrón. No usaba debajo: ni ropa interior, ni camiseta. Dicen que cuando nadie lo pispeaba se apoyó sobre las rejas de una casa nueva. Mordió el hierro, se levantó la seudo-pollera y dió libertad a su sexo. Esperando que algún perro juguetón viniera por él.
Les digo que el único problema del “Hombre que la pone siempre” es que no respeta la voluntad del otro y hace oídos sordos a los gritos y gemidos de la sociedad. Lo que pasa es que siempre tiene ganas de garchar. Algunas veces, cuando esta muy desesperado, se dibuja un infante sonriente en la mano y dale que dale.... o sino, recurre a la no muy conocida pero sí muy efectiva “paja de la mosca”. Se untá el miembro con dulce de leche espeso. Luego, atrapa un moscardón verde y zumbón, ahí nomás los encierra en un vaso lo suficientemente largo y en pocos segundos lo invade una comezón aguda y vibradora por todo el cuerpo.
Yo lo conozco al “hombre que la pone siempre”. Me lo presentó en un seminario una monja ninfómana que hace caridad:
-¡ Qué hace cachorro! Este es el que te la pone siempre- gritó la monja mientras mascaba un chicle de uva. Yo, asustado al escuchar su apodo y conocer su fama atiné a saludarlo con la izquierda y con la derecha me tapé la parte de atrás. (Aunque tenía un jeans grueso sabía de su desgarradora potencia sexual)
- Hola ¿ Cómo le va?- dije estirando el brazo.
- Bien, muy bien- dijo sin responder a mi saludo. Después se puso hablar del tiempo con la monja ninfomana:
-Viste Edith, va a lloverga- ( Edith era el nombre de la monja que tenía la particularidad de tener un tatuaje muy tumbero en el cuello. Era un San Benito en paños menores, muy libidinoso y sensual)
- Sí van a caer soretes de punta. El cielo esta chispeando como pija de burro sin frenillo- contestó la monja y luego se fue a la parroquia.
El hombre que la pone siempre me miro detenidamente y luego comentó:
- ¡uiih esta relampajeando!- una sonrisa le cruzó la boca.
Por fin, como un monje discreto inclinó el brazo para despedirse. Inquieto, lo salude simpáticamente. Estaba a un paso, mejor dicho a una mano de la libertad.
- Adios amigo- Dije nervioso!!
- Amigo, amigooordito!!! Vení para acá-
Lo único que puedo decir es que me agarraron sus manos como dos tenazas y ya no pude escapar más del “Hombre que la pone siempre”.
- Adios amigo- Dije nervioso!!
- Amigo, amigooordito!!! Vení para acá-
Lo único que puedo decir es que me agarraron sus manos como dos tenazas y ya no pude escapar más del “Hombre que la pone siempre”.
Mauro
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